Sumidero de Mata Asnos


Manoli Rodríguez

 

El sábado 4 de octubre Pepe propuso visitar Mata Asnos, ya que  había quedado con los del grupo Huesos y podía ser una buena ocasión para conocerla. Al final, los de Huesos no pudieron venir y quedamos Pepe, Quique, Julio, Álvaro y yo (Manoli).
Llegamos a las 10 h a la entrada del sumidero, y a las 11 h ya estábamos entrando.
Pepe encabezó la expedición y se encargó de instalar toda la cavidad. Detrás le seguíamos, Álvaro, yo, Quique y Julio.
La rampa que da acceso a la entrada estaba muy resbaladiza y las piedras que hay que sortear también, con lo cual, “chofff”, Álvaro se estrenó metiéndose en el charco, y ¡claro!, yo no iba a ser menos…. más “chofff”, también al charco… ¡Qué no cunda el pánico! ¡Tranquilos todos los lectores! No hubo más “espurrinen” por ese día, Quique y Julio pasaron por el otro lado y llegaron impolutos.
La cara de Pepe era un poema… yo creo que nos puso un -1 en el “casting” inicial de la cueva. Menos mal, que no estábamos nominados, pero el cupo de remojones lo habíamos agotado y habría que esforzarse para que no nos sacara tarjeta roja jjjj.

El pasamanos de entrada, cuando estás colgada de él, piensas que el que lo instaló debía ser un gigante, porque está un poquillo alto… y para algún tramo tienes que hacer chimenea para acceder a él. Luego, cuando llegas a la cabecera del primer pozo, te das cuenta de que está instalado así para facilitar el acceso a la cabecera y para evitar mojarte cuando está entrando agua.
Una vez que bajamos todos el pozo, comenzamos a adentrarnos en las entrañas de la cavidad. Cuando llegas al paso de los troncos y ves el tamaño de los mismos, al igual que todos los que la hacemos por primera vez, te vas dando cuenta de la cantidad y de la fuerza que debe llevar el agua cuando la cueva entra en carga.

A partir de aquí, progresamos por el meandro y empieza la parte entretenida. Pienso que si hubiera un libro espeleológico de récords , Pepe tendría el de Mata Asnos, porque la ha hecho tantas veces, que se la sabe de memoria. Esto nos facilitó el progreso por el meandro. Quique y Julio nos seguían de cerca. Al igual que Pepe, no nos dejaron llevar las sacas en ningún momento, y además iban de reporteros con sus cámaras. ¡Vamos! Todo un lujo, porque la saca, esa horrible compañera que la tienes que llevar a todas partes, te lo pone a veces difícil.
Esta cueva no te da tregua, vas descubriendo la cantidad de maneras de cómo puedes subir, bajar, comprobar cuánto puedes subir una pierna, las veces que puedes agacharte, las diversas formas de arrastrarte…  aquí es donde de nuevo se pone a prueba la capacidad del espeleólogo para jugar al tetris con su cuerpo. Pero al mismo tiempo, vas disfrutando de su belleza. Las paredes están tan labradas por el agua, que parecen de madera, incluso  algunas partes se asemejan a los nudos de los troncos.

Algunos pasos son expuestos y en otros te tienes que estirar como un chicle para llegar a ese apoyo que piensas que le han puesto tan lejos para que te pongas a prueba y compruebes cuántos centímetros eres capaz de alargar tu cuerpo.

Después del meandro llegan uno, dos, tres…. unos cuantos y largos pasamanos.

Y finalmente, el último pozo.
Ahora toca un descanso, que aprovechamos para comer algo e hidratarnos. Cambiamos impresiones, comentamos una vez más lo bonita que es la cueva y echamos unas risas. Aquí estamos un buen rato… ¡la verdad es que el tiempo se pasa volando!

A partir de aquí, la cueva se vuelve más amable. Pepe hace de guía. Recorremos primero las Galerías Fósiles, dónde disfrutamos viendo los macarrones de calcita blanca y luego, nos dirigimos hacia el sifón, acabando nuestra visita en los gours . Esta parte es tan bonita, que compensa haber llegado hasta aquí.

Empezamos el camino de regreso y esta vez Pepe y Julio se quedan los últimos. Quique va delante. Julio se encarga de desinstalar.
Cabe destacar el trabajo que hicieron nuestros compañeros de Viana en abril, ya que la parte que está instalada en fijo, ahorra mucho tiempo y esfuerzo, aparte de no tener que llevar más peso.
A la vuelta, aunque vas más cansada, te permite fijarte con más detalle en los lugares que han llamado tu atención o descubrir otros nuevos.
Ya estábamos todos fuera y sin ningún percance, y por supuesto, no nos volvimos a mojar.
Sólo nos quedaba quitarnos el traje de romano y… ¡comer! Esta vez nos deleitamos con unas empanadas de morcilla, otra de picadillo y de postre un bizcocho de nueces. Era ya de noche (cómo se nota que el otoño nos va quitando horas de luz) y tocaba volver a casa.
La conclusión final es que aunque Álvaro y yo acabamos cansadillos (era nuestra primera vez en Mata Asnos) nos gustó mucho la experiencia y sobre todo, disfrutar de nuevo de “la buena gente de Viana”.

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