Sistema de la Piedra de San Martín


Guillermo Reguilón
Pepe Serrano

Desde hace tiempo teníamos una (gran) espinita clavada con la Piedra de San Martín ya que cuando la hicimos, aunque fue una de las puestas de largo del club, supuso una tortura de cuarenta horas bajo tierra, nadando durante horas (no lo sabíamos pero el sistema estaba en carga) improvisando un vivac….

Por fin, seis años después, conseguimos juntar ganas y un grupo compacto y dispuesto a sufrir para repetir la travesía. De este modo empezamos a preparar el plan allá por febrero, aunque antes incluso Pepe llevaba tiempo rehaciendo las topos del sistema y reuniendo información de todas las fuentes disponibles.

Bueno, después de alrededor de unos cuantos (cientos) de correos y llamadas lo teníamos todo listo y nos fuimos para el albergue de Otxanea (Isaba) Pepe, Fer, Ángel y yo (al final Pedro no pudo venir y quitarse él también la espinita). Allí nos juntamos con Quique y Javier, que venían de apoyo logístico y dispuestos a meterse por la Verna hasta donde pudiesen.

El sábado nuestro primer grupo (Pepe, Fer y Ángel) se subieron al coche de Quique para ir hasta Tête Sauvage y adentrarse en el sistema. Al día siguiente el otro grupo (Dani, Azahara, Alicia y yo) haríamos la travesía (por incompatibilidades de fechas optamos por dividirnos en dos grupos), pero no adelantemos acontecimientos.

Mientras este primer grupo estaba bajando los pozos de Tête, Quique, Javier y yo nos fuimos a dejar el coche de Fer en la salida (ojo que ya no se puede circular hasta la entrada de la Verna, hay que andar el último km por la pista por un tema de permisos) y aprovechamos para vestirnos de romano y asomarnos a la Verna.

Para no repetirnos el texto es el relato del primer grupo, y entre paréntesis os encontraréis las peripecias del segundo grupo.

La mañana del sábado nos levantamos tempranito y marchamos todos para Tête. Una vez en las proximidades de la sima nos costó dar con la boca, porque las coordenadas que teníamos tenían el datum mal (ya lo hemos corregido) y le han retirado a la boca la antigua cubierta. La verdad es que merece la pena el ver la boca en su estado natural, mucho más bonita.>




Comimos, bebimos agua y para adentro. Fernando montaría todos los pozos, Ángel iría en el medio para ayudar a Fernando montando o bien a mí, Pepe, desmontando y pasando cuerdas. (El segundo grupo optamos por nuestra estrategia habitual, Dani en punta, detrás Azahara, y por último Alicia y yo desequipando. Bajamos sin grandes problemas, salvo un enganche de cuerda en el pozo Damócles, y los comentarios sobre lo estrecho de los meandros).








Todo funcionó como un reloj engrasado, salvo un pequeño incidente con una cuerda cuya madeja se nos lió en la cabecera más incómoda de la sima y que nos supuso casi una hora de retraso (en nuestro grupo pudimos oír a Dani maldecir un poco cuando una coca de cuerda se enredó en un saliente y tuvo que pendulear varios metros para desengancharlo en el P100).

Sin mayor incidente llegamos a la base de los pozos y nos pusimos el traje de neopreno para pasar el Respiradero.
El paso estaba claramente más bajo que hace años, cuando cruzamos el sistema por primera vez. El pronóstico era inmejorable y el ánimo altísimo (en nuestro caso tampoco hubo duda para ponernos los neoprenos y sí para dudar de que en algún momento se pueda pasar el respiradero sin mojarse).
En un momento llegamos a la Sala Cosyns de la que salimos por el E3 que evita el cruzar el primer lago (nosotros no cogimos este E3 y pudimos atravesar el primer lago sin mojarnos más allá de la rodilla). A los 20 metros de curso activo nos desviamos a la izquierda para coger unas cuerdas fijas que nos subirían por un E7 hacia un área de antiguo vivac –un auténtico basurero, ¡qué pena!- (el segundo grupo aprovechamos este punto para hacer un primer descanso y comentar lo bien que se nos estaba dando ya que en ese punto solo llevábamos seis horas y media), para después bajar un P6, desde donde volvemos a ver el curso activo entre sifones.


Salimos de allí remontando las cuerdas fijas, a los 20 metros bajamos un P8 y al curso activo nuevamente. Ahora se intercalan los tramos de río vadeable y las zonas inundadas, hasta así llegar a la Sala Pierrette desde donde nos dirigimos a la Sala Monique y … entramos en suelo español. Cruzamos el lago que separa la Monique y la Sala Susse (en el segundo grupo agradecimos encontrar al menos una sala con formaciones, donde aprovechamos para otro corto descanso) y nos metemos ¡por fin! en el Gran Cañón.
El Gran Cañón, como todo el mundo que se haya preparado un mínimo la travesía sabe, es la zona más “amable”, cómoda y bonita de la travesía. Disfrutamos los tres recorriendo el kilómetro de cañón, descansamos por su suelo llano y conseguimos que el agua no nos pasara del pecho en ningún momento. En su parte final tuvimos que cruzar los cinco derrumbes, que te hacen recordar que no estás de paseo, sino en una travesía exigente (aquí el segundo grupo estuvimos algo “descolocados” ya que la descripción que teníamos hablaba de sólo tres derrumbes, y no estábamos del todo seguros de dónde estábamos. De todos modos el Gran Cañón “no tiene pérdida, sólo hay que seguirlo hasta que se acabe”).
Sin problemas llegamos al Embarcadero, y así, nos metimos en la Galería de las Marmitas. Por error nos metimos en la zona de los desfondamientos en vez de coger la continuación correcta que salía por la derecha y unos 20 m antes del primer desfonde. Por allí, y entre los desfondes y galerías embarradas perdimos otra hora más hasta que finalmente retrocedimos y dimos con la continuación correcta, que vuelve a estar balizada y tiene una clara corriente de aire.


A partir de aquí y dejándonos llevar llegamos a la Gran Cornisa, donde descansamos un rato, comimos un poco y me eché el “piti” de rigor. Un poco más adelante un E4 a la izquierda, galería, rampa embarrada y a nuestra derecha la cuerda fija ascendente del Shunt de la Hidalga. Junto a la cuerda hay una antigua escala que te pone los pelos de punta. Este tramo ascendente cruza en su parte final la pequeña cabecera del majestuoso Pozo de la Hidalga.
Desde las cuerdas fijas de la Hidalga entramos en la Galería Príncipe de Viana, que desgraciadamente confundimos con la “Sala” del mismo nombre. Bajamos la rampa de bloques y buscamos a la izquierda el acceso al túnel del viento, y evidentemente no lo encontramos.
Lo que sí encontramos fue el Lago de los Pasamanos, pero tras haberlo cruzado completamente y llegado al comienzo de la Sala Príncipe de Viana, desconcertados volvimos hasta las cuerdas fijas del Shunt de la Hidalga. Allí, y un poco deprimidos, sacamos la topo y descripción. Por fin nos dimos cuenta del error y salimos de la galería, pero esta vez cruzándola hasta el fondo y cruzando el pasamanos superior que termina en un P15 que te deja en el Lago de los Pasamanos tras los pasamanos (el segundo grupo nos metimos por el ramal más al oeste, y pudimos avanzar sin problemas con el agua en la cintura, viendo los pasamanos a metro y medio por encima de nosotros. Hablando con los que entraron el día anterior nuestra ruta es mucho más rápida).

Ya en la “Sala Príncipe de Viana”, no tuvimos ningún problema en encontrar el acceso al Túnel del Viento. Esta vez accedimos por la gatera, pero he de reconocer que es mucho más cómodo el primer acceso (sin gateras), por donde nos metimos hace ya algunos años.

El Túnel del Viento tenía el techo a unos dos metros del agua y, aunque no haces pie, el cruzarlo se hace divertido. Recordábamos la vez anterior,  en la que dábamos con el casco en el techo, lo tuvimos a punto de sifonar (el segundo grupo tampoco tuvimos grandes problemas para encontrar el Túnel del Viento. Basta con seguir el marcado sendero y las balizas que te llevan al primer acceso al túnel. Todavía no entiendo como pudimos dar tantas vueltas cuando hicimos la travesía en 2008. Eso sí, el agua estaba igual de helada que entonces).

Entramos en la Sala de la Navarra y nos fuimos al vivac del afluente Kuley para quitarnos el traje de neopreno (nosotros seguimos un poco más, ya que pasamos de largo el vivac porque “hay que entrar en calor antes de parar”. Así acabamos sudando cuando nos paramos en un punto casi a la entrada de la Sala de la Navarra para ponernos la ropa seca otra vez y comer los bocadillos que llevábamos) . Desde allí hasta la Sala Verna no volvimos a tener ningún problema más de orientación y, aunque lo que te queda es una auténtica paliza, la majestuosidad de las grandes salas del sistema te hacen muy grata la progresión (nosotros nos pegamos una magnífica perdida ya que en la Sala de la Navarra nos metimos, siguiendo un claro sendero perfectamente balizado, en el ramal que aparece a mano derecha en forma de pronunciada rampa. Tardamos casi media hora de rampa y luego pasos de bloque y una fuerte grieta descencente en darnos cuenta que nos habíamos salido de la travesía ¡y del mapa!

Desandamos el camino hasta llegar de nuevo a la Sala de la Navarra y encontrar el camino correcto. De nuevo en la Sala de la Navarra me puse en punta y avanzamos sin grandes problemas, salvo la extraña sensación de alternar zonas que recordábamos perfectamente con sitios donde creíamos no haber estado jamás).



Subiendo el gran caos de bloques de la Sala Lepineux me dio un bajón (en esta sala pudimos ver la bajada del P300 ¡impresionante!), e incluso les pedí a Ángel y Fernando el vivaquear – gran desconcierto de ambos que iban como toros-. Sacamos del botiquín un ibuprofeno y una pastilla de cafeína y “al turrón”. La verdad es que el “chute” me recuperó y continuamos sin problemas (desde la Lepineux hasta el Diedro la travesía no tuvo nada reseñable, salvo los cientos de miles de pasos de bloques, y la sed que pasamos en algunos sitios, ya que pese a ir escuchando el agua casi todo el tiempo, son pocos los sitios donde se puede acceder al agua).
Cuando llegamos al Diedro no reconocí el paso, pero sí lo hizo Fernando y nos mostró donde hace años vivaqueamos esta magnífica gente de Viana (jamás se nos olvidará donde hicimos el vivac en 2008).

La cavidad reduce drásticamente sus dimensiones y en un “plis-plás” en la Verna (en nuestro caso decidí enhuertar un poco el plan, y tras el diedro en vez de seguir por el río, intenté alcanzar el gran pasamanos colgado a media altura que habíamos usado en la entrada del día anterior. Empezamos a trepar entre bloques y dar vueltas durante una hora en una galería de apenas ochenta metros de ancho. Menuda forma de complicarse la vida) donde Javier y Quique nos esperaban con unos magníficos botes de Mahou clásica, que negociamos sin rechistar.
Tuvimos la suerte de coincidir con un grupo de “guiris” a los que les estaban enseñando la Verna, por lo que estaba iluminada. El guía era Michel Douat, con el que hablé un rato de la C-50 de la Contienda, medio en inglés, medio en español. Los guiris estaban perplejos de los “espéleos” y nos miraban como si de “alienígenas” se tratara.
De la Verna fuimos andando hasta el parquin (qué poco apetece andar casi dos kilómetros al salir de la cueva para llegar al coche.

 

 

Desde aquí, coche hasta el albergue, macarrones como si no hubiera un mañana y ¡a dormir!) y desde allí hasta Santa Engracia, donde paramos a ver la iglesia románica y a tomar unos jarrotes de cerveza gabacha que nos dejaron como nuevos. Nos fuimos a Isaba y a dormir, … que falta nos hacía.


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